HISTORIA de una fundación


La Orden de Santa Clara tuvo su origen entre los años 1211-1212, cuando la joven noble de Asís Clara de Favarone, con 18 años, deseosa de abrazar el ideal de vida evangélica propuesto por su conciudadano Francisco, abandonó su casa y se consagró a Dios en la iglesia de la Porciúncula. En seguida se le unieron otras jóvenes, entre ellas su propia hermana Inés. San Francisco instaló a estas nuevas hermanas en el pequeño monasterio de San Damián, situado a las afueras de Asís. Su ejemplo se extendió rápidamente no sólo por Italia sino por toda Europa de forma que, a la muerte de su fundadora en 1263, eran muchas las comunidades de clarisas extendidas por numerosos rincones de Europa.
En el año 1229, pocos después de su fundación asisiense, las clarisas llegaron a Zamora fundándose una comunidad que actualmente se vive en el monasterio de Santa Clara. Todavía en vida de Santa Clara, en el año 1254, se fundó una segunda comunidad de clarisas en nuestra diócesis que arraigó con fuerza en la ciudad de Toro. En el año 1386 se instalaron en Villalobos, en 1400 en Benavente, en 1482 abrieron una nueva comunidad en Zamora (hoy convento de Santa Marina) y en 1597 otra más (convento del Corpus Christi-El Tránsito).
A Villalpando llegaron concretamente en 1633, precisamente el 15 de septiembre de 1633, fecha en que fue fundado el Monasterio de San Antonio de Padua por D. Antonio de Urueña, natural de Villalpando y tesorero de la Cruzada en Perú. Sus primeras moradoras fueron cuatro hermanas de la vecina comunidad de Villalobos. A lo largo de sus casi cuatro siglos de historia han sido numerosas las hermanas que han pasado por él para perpetuar la forma de vida iniciada por Santa Clara.

En la actualidad forman la comunidad 10 hermanas. Su vida sencilla transcurre entre la oración, la eucaristía, el trabajo (elaboran formas para la eucaristía, entre otras cosas, etc.), el estudio, los momentos de encuentro fraterno… en un clima de silencio y recogimiento que favorece la unión con Dios. La clausura que ellas abrazan es signo de esa unión exclusiva con Cristo, de su vivir sólo para Él, mostrando a los hombres que sólo Dios es la riqueza auténtica, capaz de colmar todo deseo humano. Los muros del monasterio no las hacen indiferentes a las necesidades y problemas de la Iglesia y del mundo entero sino que están continuamente intercediendo por ellos, sintiéndose en comunión con las alegrías y las tristezas de todos los hombres.





No hay comentarios:

Publicar un comentario